Mirando por prismáticos en una visita guiada a las Tablas de Daimiel

Parque Nacional de las Tablas de Daimiel

Cuando los ríos de la llanura manchega desbordan forman lo que se denominan tablas, en donde el agua es tan plana y quieta que parece se ha detenido para contemplar el cielo.

Es en estos ambientes, en estas tablas del río, donde se desarrolla una vegetación peculiar que emerge del fondo o que se mantiene sumergida o flotando, convirtiéndose en el refugio de muchas especies de plantas, insectos, peces, anfibios o aves, los más llamativos de los habitantes de esa especie de selva de altas hierbas palustres.

Esta combinación de carrizos, eneas y algunas masiegas relictas, son el paisaje dominante de las Tablas de Daimiel, que sobreviven, amparadas por sus figuras de protección, al resto de humedales fluviales que han sucumbido a la sobreexplotación del agua y a la ocupación de las riberas.

En  el más pequeño de los Parques Nacionales, una valiosa reserva de biodiversidad en un mar de cultivos, es posible aún descubrir cantos de aves ocultas venidas de muy lejos, vuelos acrobáticos de celo, bandos  que forman letras en el aire, buceos de zampullines, ondas en el agua, ovas, bosquecillos de tarayes, plantas únicas de suelos salinos y láminas libres de agua, las tablas propiamente dichas, cada una con un nombre, con una historia que contar de las personas que las habitaron, pescadores, recolectores de fibras vegetales, cazadores o perdíos que no quieren ser olvidados.

Dotada de infraestructuras para poder recorrer sus islas mediante pasarelas, éstas resultan ser uno de los mayores atractivos para sus usuarios que pueden así caminar sobre el agua. Una experiencia vital.